por: Edgar Pilca
06/10/2025 | 6:30 pm
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Mientras la Generación Y o millennials fue definida por el impulso tecnológico, la flexibilidad laboral, el idealismo pragmático y, a menudo, una cultura de la inmediatez y el ajetreo, los «Z» parecen estar pisando el freno.
El gran cambio radica en la percepción del valor. Frente a la ostentación o la obsesión por la experiencia instagrameable que a menudo se asocia a los millennials, la Generación Z apuesta por lo simple, lo auténtico y lo duradero.
El alejamiento de la cultura millennial se traduce en una fascinante adopción de prácticas que antes eran exclusivas de la Generación Silenciosa (los abuelos, nacidos antes de 1945) o los Baby Boomers (nacidos entre 1946-1964).
El retorno a la vida lenta
La Generación Z está abrazando la «vida lenta». Esto implica priorizar la tranquilidad sobre el ajetreo constante, buscando un estilo de vida más consciente y menos digitalizado. Las noches eternas en discotecas están siendo reemplazadas por cafés tranquilos, clubes de lectura y el running.
A pesar de ser nativos digitales, valoran lo físico. Se observa un resurgimiento de la lectura en papel y la curiosidad por las aficiones manuales y prácticas. Buscan «tocar las cosas, entenderlas y sentir que lo que hacemos tiene valor», según analistas de tendencias.
El impulso de «reparar antes que reemplazar» y la predilección por la ropa vintage o de segunda mano son claros ecos del pasado. Es una respuesta a la crisis climática y la sobreproducción. En lugar de acumular novedades de usar y tirar, buscan productos que duren y respeten el entorno, un valor muy presente en las generaciones que vivieron la escasez.
Hay un interés creciente por cocinar desde cero y el reciclaje de muebles (upcycling), transformando lo viejo en nuevo. Estas prácticas, antes asociadas a la economía doméstica tradicional, se convierten ahora en un acto de rebelión contra la comida rápida y la obsolescencia programada.
En un mundo hiperconectado pero a menudo despersonalizado, la Generación Z siente curiosidad por instituciones tradicionales que ofrecen rituales y un fuerte sentido de pertenencia, como ciertas organizaciones comunitarias o, incluso, prácticas de meditación profunda o yoga.
Este giro hacia el pasado no es un simple capricho nostálgico. Los expertos lo interpretan como un mecanismo de defensa contra la saturación digital y la ansiedad que ha marcado a la generación más conectada de la historia.
La pandemia y la hiperconectividad constante han generado una necesidad urgente de conexión real y autenticidad. Al recuperar rituales que daban estructura y sentido a la vida de sus abuelos —preparar la comida en casa, ir al mercado, caminar más—, la Generación Z está adaptando lo tradicional a su realidad para construir un camino hacia un bienestar físico y mental más firme.
La Generación Z está demostrando que el futuro no siempre mira hacia adelante. A veces, la respuesta para vivir mejor y de forma más auténtica está en los sencillos, pero efectivos, hábitos de quienes vinieron antes.