por: Con información de agencias
02/01/2017 | 8:05 am
Pixabay
En una cuestión que tardaron bastante tiempo en ponerse de acuerdo fue en la cantidad y calidad de los visitantes que recibió el portal de Belén. Para la tradición oriental se trataba de doce magos y los armenios llegaron a contabilizar hasta quince. Al final prevaleció la occidental que los hizo reyes y les redujo a tres.
El nombre de estos tres “mogu” (astrólogo, en persa) se cita por primera vez en un manuscrito del siglo VII que se conserva en la Biblioteca Nacional de París y habla de ‘Melichior, Gatasphara y Bithisarea’. El Pseudo Beda (monje centroeuropeo de principios del siglo VII) se refiere ya a ellos como Melchor, Gaspar y Baltasar. Sin embargo el mayor panegírico a estos reyes magos la hace el monje alemán del siglo XIV Juan de Hildesheim en su obra de larguísimo título, ‘Libro de la gesta y de la Triple traslación de los tres beatísimos reyes que fueron la primicia de las gentes y el modelo de la salvación de todos los cristianos’.
La estrella de los reyes magos
Y, ¿qué serían los reyes magos sin estrella? San Mateo la cita en (2, 1-12). Los apócrifos la hacen surgir tras el monte Vaus, en Palestina y el primer pintor en retratarla fue Giotto y muchos han querido ver en ella al cometa Halley, que atravesó el firmamento siete años antes de nuestra era que se supone que comenzó con el nacimiento de Cristo. San Ignacio de Antioquía en su “Epístola a los Efesios”, en los inicios del siglo II da una explicación de cómo era ese astro: «La luz de la estrella superaba la de todas las demás, su resplandor era inefable y su novedad hacía que quienes la contemplaban se quedaran mudos de estupor».
Presencia de animales
La mula y el buey también están presentes en el Antiguo Testamento por boca de los profetas Abacuc («Te darás a conocer en medio de los animales») y de Isaías: «El buey conoció a su amo y el asno el pesebre de su Señor».
En el Evangelio apócrifo del PseudoMateo también se hace referencia a ellos aunque no queda muy claro si se trataba de una mula o de un burro. Tradiciones y villancicos castellanos y catalanes cuentan que Jesús dió al asno la capacidad de reírse por haberle dado calor mientras que otras fuentes hablan de un mulo castigado a la esterilidad por comerse la paja del pesebre donde yacía el Niño Dios.