por: Elena Velásquez
01/03/2022 | 3:00 pm
National Geographic
En la zona de Centroamérica y el sur de México, donde la civilización maya y la azteca se asentaron, habita una de las aves más hermosas del mundo: el quetzal.
Perteneciente a la familia de los trogones, este pájaro es conocido no solo por su peculiar forma y su gran plumaje verde, sino también por la importancia que tenía dentro de la cosmovisión de las culturas prehispánicas que vivieron en el sitio.
Según los registros históricos y la tradición, el quetzal era un ave sagrada para los pueblos de Mesoamérica, puesto que simbolizaba al gran dios «Quetzalcóatl», también llamado «Serpiente Emplumada»; divinidad que protege y gobierna el cielo y la tierra.
Debido a esta relación con el dios del aire, se consideraba que matar a un ejemplar de este tipo era un «crimen imperdonable», que solo podía castigarse con la muerte; por ello para poder utilizar su plumaje en la elaboración de penachos y colgantes de sacerdotes y emperadores mesoamericanos, se debía capturar a los pájaros, quitarle algunas plumas de la cola y volverlos a dejar en libertad.
Sin embargo, ni antes ni ahora ha sido fácil encontrar un quetzal en los bosques húmedos que habitan. De hecho, los españoles que llegaron a la zona dudaban de la existencia de este animal y creían que se trataba de otra leyenda de los pueblos originarios de estas tierras; pero en el siglo XVIII, el naturalista José Mariano Mociño, divisó un ejemplar durante una expedición a la selva chiapaneca.
Posteriormente, en 1832, el naturalista Pablo de la Llave, nombraría a esta especie como «Pharomachrus moccino», siendo «pharomachrus» una palabra procedente de la combinación de los vocablos griegos «pharos» (manta), y «makros», (largo); y «moccino», un tributo al propio Mociño quien fue el primer español en avistarlo.
Actualmente, el quetzal, que también es el ave nacional de Guatemala, es considerado una especie en peligro de extinción debido a la desaparición de su hábitat.