por: María Fernanda Pérez
02/07/2025 | 8:30 pm
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Desafiando las convenciones sociales y religiosas, la secta Aghori de la India continúa siendo un enigma. Conocidos por sus rituales que incluyen el consumo de carne humana, el uso de cráneos como cuencos y el consumo de marihuana, estos «hombres santos» hindúes buscan la iluminación espiritual a través de prácticas que muchos consideran impactantes y repulsivas.
Los Aghoris, cuyo nombre en sánscrito significa «no aterrador», viven al margen de la sociedad india, a menudo en aislamiento, y solo emergen para eventos significativos como el festival Kumbh Mela. Según James Mallinson, experto en estudios sánscritos e indios clásicos de la Escuela de Estudios Africanos y Orientales de Londres, el principio fundamental de su práctica es «trascender las leyes de la pureza para alcanzar la iluminación espiritual y ser uno con Dios».
Este camino hacia el progreso espiritual implica «prácticas locas y peligrosas», como el canibalismo y el consumo de sus propias heces. Los Aghoris creen que al romper estos tabúes y enfrentar lo que otros evitan, logran un estado superior de conciencia. Su filosofía se basa en no hacer distinción entre lo «bueno» y lo «malo», viendo todo como una manifestación de un ser supremo.
Orígenes y prácticas
Las tradiciones Aghori, aunque la palabra ganó fuerza en el siglo XVIII, han asimilado prácticas de los antiguos ascetas Kapalikas («portadores de cráneos»), documentados desde el siglo VII. A diferencia de otras órdenes hindúes, los Aghoris no están muy organizados y desconfían de los forasteros, manteniendo incluso distancia de sus propias familias. La mayoría proviene de castas bajas, aunque algunos han demostrado agudeza intelectual, llegando incluso a ser asesores de reyes.
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Manoj Thakkar, autor de «Aghori: A Biographical Novel», defiende que son un grupo incomprendido. Él los describe como «personas muy simples que viven con la naturaleza. No piden nada». La adoración a Shiva, el dios hindú de la destrucción, y a su consorte Shakti, es central en su fe. Frecuentemente se les encuentra en los campos de cremación, simbolizando su desafío a la moralidad y los valores convencionales al enfrentar el miedo a la muerte.
El consumo de sustancias es una práctica común entre ellos, que buscan la autoconciencia incluso en estados de «hiperexcitación». Aunque algunos Aghoris han admitido públicamente tener relaciones sexuales con cadáveres, mantienen tabúes contra el sexo homosexual y, curiosamente, sus propios cuerpos no son consumidos por otros Aghoris tras su muerte, sino que son enterrados o incinerados.
Tanto Mallinson como Thakkar coinciden en que el número de verdaderos Aghoris es muy reducido, quizás unos pocos miles. Muchos de los que se presentan en festivales actúan como Aghoris sin una iniciación adecuada, a menudo para entretener a turistas y ganar propinas, aunque los verdaderos Aghoris se consideran indiferentes al dinero.
En las últimas décadas, la tradición Aghori ha incorporado ideas de movimientos religiosos más convencionales, expandiendo su enfoque hacia el servicio social. Ron Barrett, un antropólogo médico y cultural, destaca cómo han comenzado a proporcionar servicios médicos a pacientes con lepra, asumiendo «el miedo a una enfermedad» en lugar del miedo a la muerte en los campos de cremación.
En ciudades como Varanasi, los Aghoris administran clínicas donde los pacientes de lepra, a menudo abandonados por sus familias, reciben terapias que van desde la medicina ayurvédica y baños rituales hasta tratamientos occidentales modernos. Aunque su estilo de vida es tradicional, algunos Aghoris han adoptado elementos de la modernidad, usando teléfonos celulares y transporte público, e incluso vistiendo algo de ropa en áreas públicas.