por: Edgar Pilca
23/07/2024 | 6:00 pm
Radio Duna
El Monte Everest, la cima más alta del mundo, se alza como un gigante imponente, atrayendo a miles de escaladores cada año que buscan conquistar su desafiante cumbre.
Sin embargo, esta montaña también guarda un lado oscuro y macabro: los cuerpos de aquellos que no lograron sobrevivir el ascenso.
Se estima que más de 300 alpinistas han perecido en el Everest, y muchos de sus cuerpos aún yacen dispersos por la ladera, congelados en el tiempo.
Las condiciones extremas de la montaña, con temperaturas que rozan los -60 °C y una fina capa de oxígeno, convierten las operaciones de rescate en misiones extremadamente peligrosas y costosas. En muchos casos, recuperar los cuerpos es simplemente imposible.
Como consecuencia, estos restos se han convertido, de manera tétrica, en puntos de referencia para los alpinistas, quienes los han bautizado con apodos macabros como «Botas Verdes», «Rainbow Woman» o «Sleeping Beauty».
La presencia de estos cuerpos sirve como un recordatorio de los peligros que acechan en cada paso del ascenso. La altitud extrema, la falta de oxígeno, las avalanchas y las tormentas son solo algunos de los riesgos que pueden convertir una expedición en una tragedia.
El debate sobre qué hacer con los cuerpos ha generado controversia durante años. Algunos abogan por retirarlos de la montaña, por respeto a los fallecidos y sus familias, y para evitar que se conviertan en un macabro espectáculo.
Sin embargo, otros argumentan que las operaciones de rescate son demasiado peligrosas y costosas, y que los cuerpos ya forman parte de la historia y la mística del Everest.