Pescadores cubanos desafían al mar en casas colgantes

Risco Alto, un recóndito rincón de la provincia de Matanzas, en Cuba, alberga una de las realidades más singulares y peligrosas del país: las casas colgantes.

Estas precarias construcciones, suspendidas sobre acantilados escarpados y el mar embravecido, son el hogar y lugar de trabajo de un grupo de pescadores que desafían los límites de la supervivencia.

Estas casas, construidas con madera y sujetas a los riscos mediante cables de acero, ofrecen una vista panorámica del océano Atlántico.

Sin embargo, su belleza esconde una realidad cruda: la inestabilidad, el aislamiento y el constante peligro acechan a quienes habitan en ellas.

Los fuertes vientos, las olas, el salitre y el deterioro de las estructuras representan una amenaza constante para la vida de los pescadores.

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La decisión de vivir en estas casas no es fruto del azar. La ubicación de las casas colgantes permite a los pescadores acceder a las mejores zonas de pesca, lo que les garantiza una mayor captura y, por ende, mejores ingresos.

Además, esta práctica se ha transmitido de generación en generación, convirtiéndose en una parte integral de la identidad y el modo de vida.

«Tienes que tener cuidado al bajar, una caída desde aquí sería mortal. Este lugar es peligroso, pero es donde mejor se pesca. Es lo que hemos hecho siempre. Nosotros nos quedamos tres o cuatro días pescando, luego viene otro a ocupar el tablón», detalló uno de los pescadores. 

No obstante, la vida en las casas colgantes no está exenta de dificultades. El acceso a estos hogares es sumamente complicado, requiriendo escalar acantilados y atravesar senderos estrechos.

La falta de servicios básicos como agua potable y electricidad es otra de las adversidades que enfrentan muchos de los que habitan en ellas. 

A pesar de las condiciones extremas, los habitantes de las casas colgantes muestran una gran resiliencia y un profundo amor por el mar.