¿Sabías cuáles son los orígenes del año bisiesto?

Los orígenes del año bisiesto se remontan al año 45 a.C. En la antigua Roma, bajo el mandato de Julio César, el calendario juliano vio la luz.

Un sistema que dividía el año en 365 días, con meses lunares y fiestas agrícolas. Sin embargo, algo no encajaba, pues el Sol marcaba un ritmo ligeramente diferente.

Cinco horas, 48 minutos y 45 segundos; tan solo ese pequeño lapso, año tras año, acumulaba un desfase. Así, las estaciones se desincronizaban, las cosechas se adelantaban y el calendario se convertía en una partitura caótica.

Fue entonces cuando Julio César ideó una solución. Un día extra que, cada cuatro años, se añadiría al final de febrero, desafiando las reglas tradicionales.

Ese día bisiesto, nacido en el año 46 a.C, se llamó «bis sextus dies ante Kalendas Martias», nombre que significa «sexto día antes de las calendas de marzo», un eco del calendario romano y un recordatorio de su origen.

De este modo, el año bisiesto se ajustaba de manera ideal, reequilibrando el calendario con el ritmo del Sol y asegurando que las cosechas coincidieran con las estaciones y que las fiestas se celebraran en el momento adecuado.

Sin embargo, las cosas no eran tan simples. La imperfección persistía, aunque ahora en una escala menor. Un pequeño error que, con el paso de los siglos, volvería a desajustar la armonía.

Fue en el siglo XVI, bajo el papado de Gregorio XIII, cuando se afinó la melodía. El calendario gregoriano, heredero del juliano, mantuvo el año bisiesto, pero con una nueva regla. Solo aquellos años divisibles por cuatro, y también por 400, serían bisiestos.

Con esta precisión, se volvió casi perfecto. Un ajuste milimétrico que armonizaba el calendario con el Sol y que se mantiene hasta nuestros días.