por: Edgar Pilca
08/07/2025 | 7:30 pm
Beatrice B en Pexles
En la búsqueda de una vida más saludable, es común encontrarse con términos como probióticos y prebióticos. A menudo, se confunden o se usan indistintamente, pero son entidades distintas con funciones complementarias que trabajan en equipo para mantener el bienestar de nuestro sistema digestivo. Comprender sus diferencias es clave para aprovechar al máximo sus beneficios.
Los probióticos son microorganismos vivos beneficiosos, como bacterias o levaduras, que al ser consumidos en cantidades adecuadas, aportan un beneficio directo a la salud.
Los encontramos en alimentos fermentados como el yogur, kéfir, chucrut y kombucha, actuando como «colonos» que refuerzan la población de bacterias saludables en nuestro intestino. Su función principal es mantener el equilibrio de la microbiota intestinal, compitiendo con patógenos y produciendo sustancias beneficiosas, además de modular nuestro sistema inmune.
Por otro lado, los prebióticos no son organismos vivos, sino compuestos no digeribles, principalmente fibras, que sirven de «alimento» para esas bacterias buenas que ya residen en nuestro intestino o para los probióticos que ingerimos.
Estos están presentes en alimentos vegetales como el ajo, la cebolla, el plátano verde, los espárragos y la avena. Su rol es estimular el crecimiento y la actividad de la microbiota beneficiosa, lo que mejora la composición general de nuestra flora intestinal.
Ambos son esenciales y complementarios: los probióticos siembran las bacterias beneficiosas, mientras que los prebióticos les proporcionan el ambiente y el alimento necesario para prosperar. Juntos, esta dupla trabaja para mejorar la digestión, fortalecer nuestras defensas y contribuir a un bienestar general. Una dieta rica en ambos es fundamental para una salud intestinal óptima.