por: Edgar Pilca
12/07/2024 | 6:00 pm
Naturismo
En las exuberantes selvas del Amazonas venezolano, crece un fruto singular: la manaca, también conocida como acaí. Esta baya pequeña y oscura, similar a una blueberry, guarda en su interior un tesoro de sabor y propiedades nutricionales que la han convertido en un superalimento apreciado en todo el mundo.
Para los pueblos indígenas del Amazonas, la manaca ha sido un alimento fundamental por siglos. Su alto contenido de energía, vitaminas y minerales la convierte en una fuente vital de nutrición en un entorno donde los recursos pueden ser escasos.
Más allá de su valor alimenticio, la manaca también está impregnada de tradiciones y simbolismos. Su color morado oscuro se asocia con la sabiduría y la espiritualidad, y su consumo se vincula con rituales y celebraciones ancestrales.
La manaca crece en las copas de imponentes palmeras que se elevan hacia el cielo amazónico. Su cosecha es un proceso artesanal que exige conocimiento y destreza. Los recolectores trepan cuidadosamente por los troncos, seleccionando racimos maduros con manos expertas.
Una vez recolectada, la manaca se procesa para extraer su pulpa, la cual posee un sabor intenso y ligeramente ácido, con notas de frutos rojos y chocolate. Esta pulpa fresca se convierte en la base de diversas preparaciones, desde el tradicional jugo de manaca, una bebida energizante y refrescante, hasta creaciones culinarias más elaboradas como cremas, helados y dulces.
En los últimos años, el ganado popularidad a nivel global por sus propiedades nutricionales y su sabor único. Esto ha impulsado su producción y comercialización, generando oportunidades económicas para las comunidades indígenas del Amazonas.
Sin embargo, el cultivo de la manaca también enfrenta desafíos. La deforestación y la explotación insostenible de los recursos naturales amenazan la supervivencia de las palmeras y el equilibrio del ecosistema amazónico.
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