por: María Fernanda Pérez
03/12/2023 | 6:30 pm
NY Times
Quinamayó es un territorio del municipio de Jamundí, en el departamento del Valle del Cauca, en Colombia. Es una población de unos 3 mil habitantes, en su mayoría afrodescendientes, que tiene una tradición única en el mundo: celebrar la Navidad en febrero y con un Niño Jesús moreno.
Origen de esta tradición
Esta costumbre se remonta a la época de la esclavitud, cuando los dueños de las haciendas azucareras les prohibían a sus siervos conmemorar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Así, los esclavos debían trabajar esa jornada y solo podían salir después de 40 días, cuando los jefes celebraban la Candelaria.
A raíz de esto, los afrodescendientes escogieron una fecha a mediados de febrero, el tercer sábado del mes, para celebrar su propia Navidad, con una procesión que incluye un muñeco de madera que representa al Niño Dios con tez oscura.
De acuerdo a la creencia local, María también debía hacer un ayuno de 45 días después de dar a luz, por lo que solo podía bailar con ellos en febrero.
Las celebraciones se llaman las Adoraciones del Niño Dios y son una muestra de resistencia cultural y religiosa. Combinan elementos del catolicismo, fruto de la evangelización, con otras formas de expresión y ritualidad que los esclavos trajeron de África.
Una demostración de diversidad cultural
La fiesta comienza con una búsqueda del Niño Dios por las casas del pueblo, acompañada de cantos y bailes tradicionales. Los habitantes van vestidos con coloridos disfraces de ángeles, soldados, pastores y reyes magos. Una vez tienen la estatua, la llevan en andas por todo el corregimiento hasta llegar al pesebre, donde le ofrecen regalos y alabanzas.
Uno de los bailes más representativos es la fuga, que imita los pasos arrastrados de los esclavos encadenados. También se baila la juga, un ritmo que hacía olvidar a los ancestros el sufrimiento de la opresión. La música es interpretada con instrumentos como tambores, marimbas y flautas.
“Esto es mi vida, cuando suena la música me corre una corriente por todo el cuerpo. (…) Es recordar mis ancestros, es recordar a mis abuelos, a nuestros esclavos. Celebrar que hoy somos libres, que somos felices”, señala Mónica Mónica Carabalí Lasso, una de las participantes de este festejo.
Las Adoraciones del Niño Dios son una fiesta de alegría y libertad, pero también de reencuentro familiar y comunitario. Muchos de los habitantes de Quinamayó han salido del pueblo para buscar mejores oportunidades en las ciudades, pero regresan cada año para participar de esta tradición que se ha mantenido viva por generaciones.