por: María Fernanda Pérez
04/06/2024 | 6:00 pm
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En el siglo XV, Europa se encontraba sumida en una época de superstición y búsqueda desesperada de remedios para las enfermedades que azotaban a la población.
En este contexto, surgió una práctica macabra y fascinante a la vez: el consumo de momias como medicina.
¿Por qué se comían momias?
Las momias, asociadas a la antigua civilización egipcia y su sabiduría ancestral, eran vistas como poseedoras de propiedades curativas mágicas. Se creía que al consumir sus restos, las personas podían absorber su poder y sanar de diversas dolencias.
De este modo, eran pulverizadas en polvo fino, que se mezclaba con agua o vino para beber, se moldeaba en píldoras o incluso se aplicaba como ungüento tópico.
Más allá de lo medicinal
Para algunos, especialmente la élite, consumir momias era un símbolo de estatus. Se creía que al ingerir los restos de faraones y otros personajes importantes, absorbían también su poder y sabiduría.
De hecho, en algún momento de la historia se efectuaron entre las élites las llamadas «fiestas de desenvolver momias», eventos sociales que tuvieron lugar en Europa, principalmente en Inglaterra.
Allí todo consistía en la exhumación y desenvolvimiento de momias egipcias reales o supuestas, con el fin de estudiarlas y, en algunos casos, incluso consumirlas.
Sin embargo, a finales del siglo XVIII, con el avance del conocimiento científico y la comprensión de que las momias no tenían propiedades curativas (realmente, todo lo contrario), su consumo comenzó a declinar.
Además, la creciente sensibilidad hacia la profanación de tumbas también contribuyó a su declive.