¿Sabías que Simón Bolívar le regaló un perro a San Martín?

En la historia del continente americano pocas figuras han llegado a ser tan resaltantes como Simón Bolívar y José de San Martín.

Las hazañas que ambos realizaron durante el siglo XIX en pro de la liberación de la región del yugo español les hizo ser conocidos como los «libertadores de América» y, aunque sentían gran respeto por el otro, nunca fue posible que se forjara una amistad o, al menos, una alianza para la cooperación.

Sin embargo, entre el 26 y el 27 de julio de 1822, cuando se produjo la llamada «Conferencia de Guayaquil», la cual sería la única ocasión en la que ambos pudieron encontrarse frente a frente; se produjo un interesante intercambio de presentes: el Libertador argentino le entregó dos pistolas, una escopeta y un caballo «de paso peruano» al Libertador venezolano, mientras que este último le obsequió un cuadro de si mismo y un perro.

Justamente, el can que recibió San Martín se convirtió en uno de los seres más apreciados por el argentino, pese a que el momento en que llegó a su vida terminaría siendo uno de los más descorazonadores, pues la reunión con Bolívar terminó fracaso por sus diferencias políticas entorno al destino del Perú y de Sudamérica; empujándolo a volver a su patria y dejar de lado sus acciones libertadoras en suelo peruano.

Pese a lo desalentador del suceso, el prócer argentino nombró al perrito como «Guayaquil» y este se convirtió en su amigo de por vida, acompañándolo todo el regreso desde la ciudad ecuatoriana pasando por Perú, Chile y Argentina, antes de seguir a su lado en la travesía y la posterior estancia en Francia; país donde el Libertador argentino se exiliaría.

Una de las historias más populares alrededor de «Guayaquil» es la de sus grandes dotes actorales. Según se cuenta, San Martín solía jugar con su perro simulando que lo ejecutaba; de hecho, se dice que cada vez que el prócer argentino recibía visitas en su hogar solía presentar un «show» junto a su can, fingiendo que lo fusilaba al apuntarlo con un bastón y, el animalito, entendiendo el juego, procedía a hacerse el muerto.

La puesta en escena terminaba momentos después, cuando el prócer le decía a su fiel amigo: «¡Arriba, arriba!», y este de inmediato «resucitaba» para seguir con su vida junto a su dueño.

De acuerdo a la historia, el perro murió finalmente a consecuencia de la vejez, en la casa de Le Grand Bourg (Francia), siendo enterrado allí mismo y, como último acto de afecto, se cuenta que el propio San Martín escribió la frase: «Aquí duerme Guayaquil», sobre la lapida del sitio donde descansan los restos de su perrito.