por: Yorman Sarmiento
09/04/2025 | 6:00 pm
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Durante algunos días de la Semana Santa, una tradición se apodera de las iglesias, cuando se cubre las imágenes sagradas con un manto de color morado; este acto, que puede parecer sobrio y misterioso, encierra una profunda simbología dentro de la liturgia católica.
El color morado se asocia a la penitencia, la reflexión y el luto, por lo tanto, es el protagonista de este gesto; durante el tiempo de Cuaresma y, de manera particular, en la Semana Santa hasta la Vigilia Pascual, la Iglesia invita a los fieles a un período de recogimiento espiritual, meditación sobre la Pasión de Cristo y preparación para la alegría de la Resurrección.
El cubrimiento de las imágenes, ya sean esculturas de santos, crucifijos o representaciones de la Virgen María, tiene como objetivo principal centrar la atención de los fieles en lo esencial de este tiempo litúrgico: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Al velar las imágenes, se busca crear un ambiente de sobriedad y austeridad, invitando a una contemplación más profunda del misterio pascual.
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Esta práctica también puede interpretarse como un signo de duelo por el sufrimiento de Cristo en su camino hacia la cruz, al ocultar temporalmente las figuras de gloria y santidad, se enfatiza la humanidad sufriente de Jesús y el sacrificio redentor que realizó por la humanidad.
No obstante, es temporal y está cargada de esperanza, con la llegada de la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección, los mantos morados son retirados, revelando las imágenes en su esplendor.
Cabe destacar que este acto simboliza el triunfo de la luz sobre la oscuridad, la victoria de la vida sobre la muerte y la gloriosa Resurrección de Jesucristo.
En definitiva, el manto morado que cubre las imágenes en Semana Santa es mucho más que una tradición estética; es un lenguaje visual que nos sumerge en el corazón del misterio pascual, invitándonos a la reflexión, la penitencia y la esperanza en la Resurrección.